viernes, 21 de diciembre de 2012

Viejo y perdido




En vísperas de las fiestas de la Navidad -que es, de las fiestas, la que mejor manifiesta el dolor-, los rostros angustiados se endurecen. Los rostros duros y angustiados, las frentes sudadas, que piden whisky a las cinco de la tarde en un café, me transmiten una profunda pena.

Un hombre que tiene cincuenta y tantos años vendió el auto, perdió el smartphone en un putero, su hijo armó una banda de rocanrol, y su mujer no para de envejecer.

Le debe tanto al banco como a sus amigos. Su madre enferma ya no se quita el camisón. Su mujer no para de envejecer. Y se acerca la navidad.


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