lunes, 20 de septiembre de 2010
Posmodernismo setentero
Il Postino toma el compromiso de seguir de cerca, bien de cerca, algunos aspectos que hacen a LA JUVENTUD kircherista (LAJUVENTUD de aquí en adelante). En este otro post hacíamos un abordaje que consideramos probable, sobre una de las artistas que tiene lajuventud como actor político. En cambio en este post, invitamos a leer una nota del analista José Natanson, publicado en Página 12 el domingo.
Matizar la relación entre la militancia de los 70 es importante, y más lo será, que los militantes de juventudes de organizaciones afines a la cosmovisión setentera, sean capaces de revisar críticamente a aquella militancia. Retomar ciertos métodos de lucha no parecería ser siempre la receta más adecuada. El encomiable compromiso de muchos compañeros que dieron su vida, sumado a la trágica derrota, elevaron en demasía unas formas de hacer política que son perfectibles:
Las dos juventudes del kirchnerismo
Escribí en Página/12 dos notas sobre la relación entre kirchnerismo y juventud. En la primera analizaba el impacto subjetivo de los tres grandes líderes progresistas del período pos-autoritario en quienes se formaron políticamente en los momentos más brillantes de cada ciclo: la influencia que aún conserva el alfonsinismo en los que hoy rondan los 40 y los recuerdos tal vez excesivamente dulces del chachismo en quienes hoy andamos por los 30. Allí señalaba que el kirchnerismo, de tanto setentismo, estaba descuidando el efecto que estaba produciendo en los jóvenes de 20.
La segunda nota identificaba a las dos juventudes que conviven en la Argentina de hoy. La de clase media, compuesta por chicos que estudian muchos años, se emancipan tardíamente y se casan pasados los 30, tienen hijos tarde y pocos. Por otro lado, los jóvenes de los sectores más pobres, que desarrollan un ciclo de vida corto, donde todas las etapas se aceleran: el paso de la niñez a la vida adulta es veloz por la necesidad de generar prontamente un ingreso, la emancipación es temprana, los hijos llegan rápido y de a muchos, y la muerte los alcanza más jóvenes, como resultado de los déficit alimentarios y sanitarios.
Retomo algunas de estas ideas y agrego otras, a la luz de las tres noticias de la semana protagonizadas por los jóvenes: la toma de escuelas porteñas, la masiva marcha por La Noche de los Lápices y el acto de la juventud peronista en el Luna Park. Una idea, eje del discurso de Cristina, permite articular las tres noticias. La Presidenta habló de dos juventudes, la de los ’70 y la de ahora, y dijo ver en los jóvenes de hoy las caras de sus compañeros de militancia, estableciendo una continuidad histórica interesante pero que merece una puesta en cuestión. No para invalidar la conexión, sino para matizarla con algunas observaciones.
Señalemos primero las diferencias entre la militancia de los ’70 y la actual, más visible en las tomas de las escuelas y en la marcha del viernes que en el Luna Park. Sergio Balardini, que lleva años investigando el tema, recomienda dejar de lado la imagen estereotipada de una juventud apática para entender mejor la forma que adquiere hoy el vínculo de los jóvenes con la política. En “¿Qué hay de nuevo, viejo? Una mirada sobre los cambios en la participación política juvenil” (Nueva Sociedad, 200), Balardini identifica algunas diferencias básicas. Los motivos que disparan las movilizaciones juveniles son más variados y novedosos: ya no hay una monocausa (el cambio social radical por vía revolucionaria), sino una variedad: la defensa del medio ambiente, los derechos humanos, los derechos sexuales y reproductivos, el apoyo a los reclamos indígenas.
La militancia juvenil actual, sostiene Balardini, tiende a priorizar la acción inmediata, orientada a la resolución pronta y efectiva de problemas. Y aunque este tipo de acciones pueden articularse con una solución de largo plazo, en general se rechaza la idea de que deban sostenerse en un futuro no evidente. Hoy se observa una búsqueda de eficacia en relación con el esfuerzo que se realiza. “Leída desde los ’70, esto implicaría diluir la táctica en la estrategia, el objetivo y los fines últimos. Sin embargo, como decía Freud, ‘a veces un puro es solamente un puro’: tomar una escuela es exigir que se arreglen sus techos ya y no un momento de acumulación en el camino hacia un futuro de revolución”, sostiene Balardini.
Las implicancias de estas mutaciones son múltiples. Los jóvenes de hoy priorizan el “saldo resolutivo” por sobre el “saldo organizativo” (la construcción del partido, por ejemplo) a través de armados de tipo horizontal que revelan una falta de confianza en los mecanismos clásicos de representación (partidos o sindicatos). El diálogo cara a cara es considerado fundamental en el marco de un amplio menú de opciones organizativas, que van de los movimientos sociales y los proyectos socioculturales a los partidos.
Otro aspecto interesante es el de la alegría. El autor intuye que la política tenía en los ’70 una fuerte dimensión trágica, como si sólo pudiera tramitarse –o mejor: como si sólo fuera moralmente válida– en la medida en que implicara algún tipo de sufrimiento; como si la militancia y la alegría fueran incompatibles y la política tuviera que asumir necesariamente un tono grave. Hoy las cosas han cambiado y la política incluye un componente expresivo-comunicativo, una dimensión lúdica que convive con la responsabilidad y el esfuerzo: el paradigma de la militancia es reemplazado por el de la participación.
Todos estos rasgos se vieron en las tomas de escuelas protagonizadas por los estudiantes de la Capital y en la marcha por La Noche de los Lápices. ¿Y en el Luna Park? Probablemente haya sido la más importante movilización juvenil desde comienzos de los ’80. El alfonsinismo tuvo bastante de movimiento juvenil, con una expresión intrapartidaria poderosa (la Junta Coordinadora) y un brazo universitario poderosísimo (la Franja Morada, que durante un par de décadas hegemonizó la política universitaria y que funcionó como cantera de dirigentes). Los tiempos han cambiado, los partidos ya no son lo que eran y las universidades se encuentran bajo el control de la izquierda. Sin embargo, el fenómeno de la militancia juvenil kirchnerista se encuentra en pleno crecimiento y no se explica sólo por los recursos del Estado.
La Presidenta les habló a los jóvenes, citó el buen discurso de Alfredo Larroque, titular de La Cámpora, e insistió con la continuidad entre las juventudes de los ’70 y la actual. Cristina dijo “cuadros”, aunque a la mayoría de los jóvenes la palabra seguramente les remita a su primera acepción –obra de arte– más que a personas políticamente formadas. Entonces ¿cómo hablarles a los jóvenes? La cuestión ronda al kirchnerismo.
No se trata de impostar un discurso ni un lenguaje sino de buscar la forma de tender un puente entre generaciones. El kirchnerismo lleva las marcas de su generación y sería absurdo exigirle que se las sacuda. Es setentista en su forma de gobernar y en su estilo de gestión: la voluntad política (o el voluntarismo) expande los espacios de lo posible y le permite recuperarse de situaciones que todos daban por perdidas (la ley de medios impulsada tras la derrota electoral es un buen ejemplo), pero al costo de una afianzada lógica de amigo-enemigo. Y es setentista en un sentido más abstracto pero no menos real: la necesidad de pintar de un tono épico decisiones que en el fondo no dejan de ser reformistas (a veces muy reformistas) en una confusión que es tanto oficialista como opositora (o quizá que es más opositora que oficialista): Kirchner se obstina en presentar algunos gestos como gestas y la oposición insiste con que se trata de un autoritarismo totalizante, aunque en realidad estemos ante un gobierno que ni en sus momentos más duros se ha salido de los límites.
¿Cómo les habla el kirchnerismo a los jóvenes de hoy? La juventud establece una relación con la política menos trágica, más horizontal y enfocada a fines concretos, más variada e intermitente. Y si la juventud de los ’70 estaba marcada por el choque entre generaciones, con un fuerte componente antipadres, la de hoy es una juventud que negocia con el mundo adulto y que a veces incluso lo lidera: los padres que acompañan a los jóvenes estudiantes secundarios en las tomas de los colegios son un ejemplo clarísimo. No se ve esa necesidad de establecer hiatos históricos tan fuertes como condición para su autoafirmación, lo que quizás ayude a generar una relación más inteligente, menos dolida, con el pasado.
Sin caer en psicoanálisis de revista femenina, señalemos que el diálogo intergeneracional es bueno y que los nuevos pactos familiares permiten una mejor convivencia, más a tono con los tiempos democráticos, entre jóvenes y adultos, pero agreguemos que esto también puede ser un problema. Matar (simbólicamente) a los padres es algo que todo joven debe hacer, porque es la condición necesaria para pegar el salto a la adultez: Freud lo escribió en Totem y tabú y Jim Morrison lo canta en “The end”: “Father/ Yes son?/ I want to kill you/ Mother, I want to... fuck you”.
¿Negociar con los adultos o enfrentarse? ¿Participar de la vida pública o replegarse a lo privado? ¿Dejar que la madre te planche la camisa o mudarse a un monoambiente sin luz? No debe ser fácil ser joven en la Argentina de hoy. Los círculos de militantes kirchneristas, cuantitativamente minoritarios pero cualitativamente importantes, son un fenómeno nuevo, inédito desde el primer alfonsinismo. La mayoría pertenece a la juventud de clase media: hay en la primera línea de La Cámpora una clara sobrepresentación de ex alumnos del Buenos Aires (que la primera conducción de Montoneros también estuviera hegemonizada por jóvenes de El Colegio abre un campo de comparación sugerente). En el acto en el Luna Park, el kirchnerismo les habló a los jóvenes militantes. ¿Les habrá hablado también a los que toman los colegios?
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario