domingo, 31 de octubre de 2010

La despedida


Jueves 28. 17.03 PM. El entramado urbano que une las vías de la línea de trenes La Plata Constitución no es el mismo que en 2004, cuando lo atravesé por primera vez. Los pasajeros también cambiamos, todos lucimos menos harapientos que entonces.

Un rato mas tarde ya estoy en la esquina de avenida de Mayo y 9 de Julio. Allí la columna de gente se tuerce hasta Rivadavia y retoma rumbo al bajo hasta la catedral, ahí continúa por San Martín. En el recorrido entre todas esas personas se escucha la marcha peronista, el himno, se escucha “Aaaandate Coooobos y llevate a la Carrió”.

El cronista mantuvo numerosas conversaciones con gente que separada por mas de mil kilómetros participó del duelo por TV. Desde la Plaza de Mayo no sólo es tristeza y un profundo sentimiento de esos, que aparece cuando la injusticia. La multitud no sólo se expresa con sus lágrimas. También tiene para decir fuerza, aliento, denunciar a los traidores, reivindicar a los que luchan. Toda esa gente, todos esos jóvenes, nos quitan el miedo y nos llenan de expectativa.

Un vendedor de gaseosas se sienta en una valla y con su cara al sol grita ¡qué se vaya Cobos, la puta que lo parió!

Entre la gente domina el llanto, los cánticos, las miradas perdidas, los abrazos, el himno, la energía de los jóvenes. El jueves nadie estuvo exento de esas emociones, y el cuerpo nos lo hace saber con su dolor y la angustia del día siguiente.

La concurrencia es variopinta. Muchas mujeres y hombres trabajadores del gran Buenos Aires o de La Plata, que se arrimaron como pudieron, por la madrugada pululan por las avenidas buscando un medio para volver al pago. Quizás por eso, los que pueden se organizan con colectivos. También hay familias enteras, porteños perucas con sus nenes al hombro, que ponen los dedos en V esos chicos que van en los hombros. Pibes jóvenes, que lloran por primera vez a un líder. Otros ancianos, que se los ve oxidándose de dolor porque tienen tristeza, pero lo que más tienen es bronca, es miedo, a que el tiempo se les termine, a dejar el terruño al mando de los hostiles, otra vez, la puta madre.

En un bar me tomé un café, acondicioné la zenit y fui al baño. Un loco, me miró de costado mientras me lavaba la cara y me dijo: “no te olvides NUNCA de este momento, es histórico, si estás participando no te olvides nunca”, y se fue con los ojos rojos y la cara mojada.

La fila para despedir los restos mortales de Néstor Kirchner es enorme, a más de dos cuadras de la Casa Rosada se ensancha, y entra a un vallado donde nadie se puede colar, pero si salís a mear: perdiste. Ya es el atardecer, y un tipazo que tengo de amigo se me arrima desde el lado de afuera, nos abrazamos como podemos, con una reja de por medio. Hablamos de la tristeza, de la cantidad de gente, de la esperanza. Me pregunta por su hijo de cinco años, que conocí el día anterior, él se detiene. Me dice: “Yo no podía tener hijos, con lo que le pasó a mi sobrina, no quería. A mí Néstor me cambió la vida. Con Néstor metimos en cana a los asesinos de mi hermano y encontramos a mi sobrina, yo estoy agradecido”. Después me dio un afiche para que le deje a Cristina, un abrazo, y se fue. El afiche decía algo del Turco Julián, de Poblete, y de su sobrina.

“Con los Huesos de Magnetto/ con los huesos de Magnetto/ Vamo` hacer un rascacielo`/ vamo hacer un rascacielos/ para que baje del cielo/ Néstor Kirchner compañero! La banda canta. Lo necesitan porque la procesión es muy larga, van casi dos días enteros de angustia y llanto, el cansancio físico se mitiga con el estímulo de la masa, con la energía que da pertenecer a algo, reconocerse en los demás.

Ya es de noche y entramos a la plaza de mayo, estamos todos muy apretujados, nos duele el cuerpo y también los pensamientos. Estamos ahí, para entrar a una sala de la Casa Rosada y pasar a unos metros de un cajón de madera. Pero adentro de ese cajón está Néstor Kirchner, y es, seguro, lo más cerca que casi todos los que pasaron por ahí, pudieron estar de un tipo que ya es un mito. Su cara va a estar tatuada en el lomo ancho y oscuro de los trabajadores, en las remeras de los estudiantes, su nombre en los paredones, en las banderas y en la boca de cualquier militante.

A la 1.10 de la madrugada pasamos entre una valla y un policía, y una senda estrecha y extensa se abrió hasta las puertas de la Casa Rosada, ya sin rejas que nos separen.

Domina el miedo, el silencio, la angustia, el pensamiento en la muerte, en Néstor, ya no está, porqué, la puta madre, carajo mierda. La Rosada allá es imponente, es un león con la boca abierta, que nos espera con su aliento espeso, sus entrañas no crujen pero están calientes, se devoró al Líder, y ahora nos invita a despedirlo.

Cada paso es más intenso que el anterior, cuando ya falta poco, a cada lado de la pasarela hay un mar de flores, el león huele rico, se lo ve increíble, lleno de color y una luminosidad que contrasta con el silencio. Sólo de a ratos se escucha un puñado canturrear una consigna, o unos cuantos aplausos.

Las entrañas, pasar debajo de esa arcada inmensa, una corona del Diego, de la embajada de Cuba, de Brasil, de tantos otros.

Un paso, y la escena del cajón, Alicia Kirchner está tiesa atrás de él. Mira al frente, no hace mas que mirar al frente. De costado lo identifico a Abal Medina y un Sileoni deshecho. Alicia Sigue mirando al frente, es imposible quitar la vista de Alicia, ya me voy por la otra puerta y sólo vi los ojos de Alicia, en el medio escucho gritos, imágenes partidas, los pensamientos quebrados ante una realidad inasible, la muerte no tiene ninguna dimensión.

Ahí estuvimos, ahí estaba él, que ya no está más escupiendo los micrófonos. Hoy en el trabajo, en la calle y en los negocios, con facilidad uno detecta quiénes seremos los cómplices de lo que va a venir. Todas esas lágrimas expresan una tristeza indecible, pero guardan una energía que ya tiene un mito, una fe, y una conductora.


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